lunes, 28 de diciembre de 2009

Frases de gente mas inteligente

Siempre admiré a aquellas personas que en pocas palabras pueden decir cosas importantes y trascendentes. Esas cosas que a otros, menos inteligentes, obviamente, nos lleva textos enteros.

De cara al nuevo año, el cual, como siempre sucede, uno se plantea mejorar en los aspectos negativos, y poder sostener los positivos de nuestras vidas, es bueno leer este tipo de frases para sintetizar un estado de ánimo.

Sin dudas Albert Einstein fue una de las mentes mas brillantes del siglo pasado. Sin embargo, al estilo Socrates, quien partía desde una posicion de ignorancia, para definir mejor sus teorías filosóficas, Einstein decía:

Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.

Para aquellos que dudan en seguir leyendo, en capacitarse, en aprender nuevas cosas, Esta fue la frase de Einstein:

Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber.

Cuando algo funciona mal, hay que cambiarlo. Esto parece una obviedad, pero la especie humana tiende a repetir y a insistir en sus errores. Para ello Einstein dijo:

Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.

Einstein fue, por sus ideas, una persona muy perseguida en su época, sin embargo el consideraba al sedentarismo, y a la "fiaca intelectual" por llamarla de alguna manera, a su principal enemigo, al respecto dijo:

La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.
Basta ver el triunfo en la vida de mediocres, la insistencia en algunos en glorificar tonterías, y frente a estas injusticias poco a poco uno va perdiendo la capacidad de asombro. Sobre este tema, Einstein definió:
Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.

Volverse viejo, tiene situaciones a favor, y situaciones en contra. Einstein vio el lado positivo en esta frases:

Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos. Vivimos en el mundo cuando amamos. Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida.

Ya en el final de su vida, siguió luchando contra aquellos que pregonan el "no se puede", las máquinas de impedir, los conservadores y sedentarios. Einstein pregonaba que todo es posible, si realmente se lucha por ello. En esta frase lo define:

Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La estupidez de la década

Estoy suscripto a muchos blogs, leo páginas de internet diversas, medios etc. Por estos días la desesperación por la falta de noticias hace que todos, en especial los americanos hayan comenzado a publicar rankings sobre distintas cosas, referidas a un supuesto final de la década.

"Las mejores 10 películas de la década", "La noticia mas impactante de la década", "El personaje de la década" etc.

La pregunta es: ¿Termina en el 2009 la década? Obviamente no. Esta misma tontería surgió en 1999 cuando se hacían todo tipo de elucubraciones, rankings y balances como si dicho año finalizara el siglo o el milenio, cuando el final del mismo obviamente, fue el 31 de diciembre de 2000.

¿Es materia de debate esta cuestión? Si. Solo entre aquellos que leen un poco y tienen sentido común contra los ignorantes. Otro tipo de debates, no puede haber.

Basta conocer, un poco, sobre la historia del calendario actual.

En el año 325 después de Cristo, en el Concilio de Nicea se decidió adoptar un calendario muy similar al actual. Se establecía que los años comenzaban a contarse desde el nacimiento de Cristo y que el año tenía 365 días. Pero se mantenía el calendario Juliano impuesto por los Romanos a través de su emperador Julio Cesar.

Por lógica el primer año era el Año 1, el segundo el 2 y así sucesivamente.

Por entonces, menos del 1% de la población mundial sabía leer, y por ende no le importaba en absoluto en que día de la semana, del mes, o incluso del año vivían. La Iglesia, comenzó a ocuparse en ordenar esta situación, no por un interés científico, ni mucho menos académico, les interesaba consensuar un calendario litúrgico.

En este concilio establecieron que el Equinoccio de primavera (el día en que se igualan las horas nocturnas y diurnas) por decreto era el 21 de Marzo (recordemos que por entonces el hemisferio sur no era parte del mundo...) y que las pascuas debían festejarse el Domingo siguiente al plenilunio posterior a dicho Equinoccio. Parecía que todo estaba bien.

Con el correr de los años, mejorando la ciencia astronómica comenzaron a verificar que habían fallado en las cuentas. El Equinoccio real, año a año se les iba atrasando, de hecho por el año 1300, el Equinoccio les caía en febrero. Entonces, en el Concilio de Trento, impulsado por el Papa Gregorio XII, nuevamente por decreto papal se corrieron los días para adelante, a efectos de ajustar nuevamente el Equinoccio al 21 de Marzo y se impuso el calendario Gregoriano (llamado así en homenaje al mencionado Papa). En este calendario, cada cuatro años, tendríamos un día adicional, el famoso 29 de Febrero.

Correcciones mas recientes y exactas establecen que este calendario, tampoco es perfecto. De hecho el mismo atrasa unos 26 segundos por año lo cual implicará un desfasaje de un día, allá por el año 3300. Pero ese ya no será nuestro problema.

En todos los casos, tanto el Calendario Juliano adaptado en el 325, como el Gregoriano del Concilio de Trento del 1582 el Primer Año es el 1, por ende, la primera década se cumple al final del año 10, el primer siglo al final del año 100 y el primer milenio, en el año 1000. Es decir que, por lógica la presente década comenzó el 1 de Enero de 2001 y terminará el 31 de diciembre de 2010.

El año Cero, no existe, ni existió nunca.

Es decir que, todavía hay mas de un año para que se produzca La mejor película de la década, el acontecimiento mas impactante, o que aparezca el personaje de la década.

Dificilmente, algo en el 2010 supere en estupidez al hecho de quienes cuentan los años comenzando por el cero, y no por el uno. Suponemos que esta gente que elabora estos rankings debe suponer que tiene 9 dedos, pues el primero es el cero, y no el uno.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Arte de la Discusion en el barrio de Flores de Alejandro Dolina

..Como decían los chinos, en este mundo la certeza no es más que una ilusión. Nadie puede estar seguro de nada. Todo juicio puede ser falso, incluso éste. Y el ejercicio de la inteligencia no alcanza a aclarar las cosas. Más bien puede decirse que las complica. Todo esto produce en los paisanos un cierto desasosiego: uno recorre la vida buscando alguna verdad y apenas si encuentra señales confusas. De lo absoluto, ni la sombra. Así, de tanto andar entre fantasmagorías, algunos pensadores llegaron a sospechar que el propósito final del universo es el engaño. Sin embargo, conviene imaginar lo espantosa que sería la vida sin la existencia de asuntos dudosos. Un mundo con respuestas para todo sería también un mundo sin preguntas. Y también sin esperanzas ni sueños. En otras palabras: es sólo en el terreno de la incertidumbre donde nos está permitido macanear libremente.

Los espíritus obtusos del barrio de Flores comprendieron bastante bien estas ideas. Llegaron a descubrir que la razón permite sostener opiniones opuestas con idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaban las horas jugando a discutir.

Pero lo que empezó como un juego se convirtió con el tiempo en una verdadera obsesión. Sucedió que algunos hombres adquirieron una habilidad superior para argumentar. Las técnicas se fueron perfeccionando y finalmente un pequeño grupo de personas alcanzó una solvencia polémica que estaba muy por encima de los modestos retruques de la gente sencilla.
De allí nace el Círculo de Discutidores Profesionales, una entidad que marcó rumbos en la zona y que funcionaba en un salón de la calle Bogotá.

El propósito fundamental del Círculo fue poner un poco de orden y concierto en las discusiones montaraces. Se editaron folletos con consejos y recomendaciones, se impartieron clases y se realizaron excursiones a barrios hostiles, como Colegiales para discutir como visitantes y vivir nuevas experiencias.

Sin embargo, la institución logró fama y renombre gracias a las espectaculares Mesas Redondas de los Sábados que se realizaban en su sede y que atraían no sólo a grandes polemistas, sino también a sus hinchadas.
El procedimiento corriente era elegir un tema de discusión y luego sortear las posiciones a sostener por cada uno de los participantes.



A veces, en medio del debate, se obligaba a los discutidores a cambiar de bando. Esto producía un efecto muy atrayente. Y así, el que había defendido les derechos de la mujer en el mundo moderno, pasaba a refutarse a sí mismo y clamaba por el confinamiento femenino en la cocina y sus aledaños. Se podía tener razón las dos veces, o ninguna.
Al principio, los temas de las Mesas Redondas eran más o menos previsibles: ¿Es el suicida un cobarde? ¿Pueden ser amigos el hombre y la mujer? ¿Importa más la forma o el contenido? ¿Librecambismo o proteccionismo?
Más adelante el público se aburrió de estas cuestiones vulgares y exigió el examen de asuntos más arduos: ¿,Medialunas de grasa o de manteca? ¿Es mejor el colectivo o el tren? ¿Frío o calor? ¿Rubias o morochas?

En los años dorados del barrio del Ángel Gris, el salón de la calle Bogotá conoció verdaderos colosos.
Aquel olímpico doctor Arnaldo Garcete, que citaba autores y tratadistas en catorce idiomas, la mayoría de ellos absolutamente desconocidos para él. Garcete llegó a formular sus argumentaciones en versos rimados, hábito que fue abandonando pues advirtió que su apellido era una enorme ventaja para sus adversarios.

El abogado Hugo Varsky basaba su técnica en la gesticulación. Mientras exponían los otros, movía el dedo y la cabeza en señal negativa y con eso desalentaba a cualquiera. Llegado su turno, marcaba el compás de sus disertaciones con golpes de puño sobre la mesa, de modo que sus palabras parecían escritas en rojo. El ritmo de sus puñetazos iba en ascenso hasta culminar en una especie de candombe que impedía oír lo que estaba diciendo, pero que dejaba una sensación de triunfo inapelable.

Famoso fue también el boticario Antonio Carrozzi, que apoyaba sus razones en el testimonio ajeno. Casi siempre se remitía a testigos ausentes o simplemente muertos: "Ahí está el finado Menéndez que no me deja mentir”. Y nadie se atrevía a contradecirlo.

Más temible aún era Andrés Guzmán, hombre de pocos argumentos pero de fuerte pegada. Generalmente cerraba las discusiones con frases tales como: "Yo le voy a dar dimensión ontológica, pelandrún". Y se acababan las discrepancias.

Hubo muchos otros... Rodolfo C. Pagani, el mago de los silencios; el gritón Frustaci, que aturdía con sus reflexiones; el viejo Vitale, que iba a menos por cortesía o el timorato Ernesto Cipolla, que daba la razón a todos y repetía lo que había dicho el último en hablar.

Como ocurre casi siempre, la preocupación por la victoria a cualquier precio deslucía las competencias. Los más tramposos pusieron su ingenio al servicio de las zancadillas y las maniobras malintencionadas.

El propio Manuel Mandeb, que solía asistir al Circulo como espectador, propuso un reglamento en el que se prohibían ciertos recursos infames. El polígrafo de Flores los clasificó y les dio nombre. Veamos algunos.

RECURSO DE LA DEFINICION SOLICITADA

Consiste en pedir al expositor que defina cada una de las palabras que dice. Por ejemplo alguien declara: A los niños hay que tratarlos con bondad.
El tramposo dirá entonces:
Depende de lo que entienda usted por bondad.
Se puede continuar indefinidamente, solicitando ante cada respuesta nuevas definiciones.

RECURSO DEL EJEMPLO CERCANO

Se trata de pretender que un caso particular constituye una regla general.
Todos los niños son unos papanatas. Ahí lo tiene usted a mi sobrino.
Lo peor de esta jugada es que permite al adversario defenderse con un ejemplo contrario:
Sin embargo, el hermano de mi novia es una lumbrera.
Generalmente el debate queda reducido a un mutuo tiroteo de ejemplos y hay pocas cosas tan aburridas.

RECURSO DEL CAMBIO DE TEMA

Hay mil maneras de conseguirlo. Desde elogiar la corbata del contrincante hasta cuestionar la pronunciación de una palabra cualquiera. Así, la discusión versará sobre corbatas, pronunciaciones o lo que el tramposo quiera.

RECURSO DE LA DESAUTORIZACION MORAL

Consiste en hacer creer que los defectos personales de alguien se transmiten a sus argumentos. Por ejemplo:
¿Qué me viene con gnoseología, usted que es un borracho perdido?
Los razonamientos pueden ser expuestos por un canalla o un santo, sin ser por ello ni más ni menos veraces. Sin embargo ésta es una de las trampas más difundidas en este juego.

RECURSO EXTREMO BUSCANDO UN ACUERDO

Lo usan los tramposos cuando se ven perdidos. Se trata de mimetizar la opinión propia con la del adversario.
Al final estamos diciendo lo mismo, pero con distintas palabras.
Al oír esta última frase, puede pensarse que a veces ocurre algo mucho más peligroso: decir cosas diferentes con las mismas palabras.
El recurso extremo puede usarse también en su variante "Finíshela":
Mire, ni yo lo voy a convencer a usted ni usted me va a convencer a mí.

RECURSO DE LA METAFORA COMO ARGUMENTO

Consiste en atribuir rigor científico a las comparaciones poéticas. Alguien dice:
El país es como una casa y hay que construirlo desde los cimientos.
Si uno toma demasiado en serio esta afirmación, podrá seguir hablando de techos, paredes, puertas y ventanas, para terminar diciendo que nuestra salvación está en manos de los albañiles.
Mandeb denuncia en su trabajo más de setenta maniobras y trampas. Los directivos del Círculo nunca le hicieron mucho caso y hasta el día de hoy los recursos antedichos se siguen usando con total impunidad.

Las Mesas Redondas de los Sábados siempre tuvieron una gravísima dificultad. Resultaba muy difícil establecer quién era el ganador. Se utilizaron muchos sistemas diferentes: jueces, jurados, puntajes, aplausos. Ninguno funcionó, pues invariablemente los resultados eran discutidos por los perdedores.

Los más sabios sugirieron entonces que no era necesario buscar un ganador. Para ellos el fin de la discusión era llegar a una conclusión positiva, a acuñar un juicio definitivo sobre el tema central de la polémica. Este disparate tuvo bastante aceptación, aunque las dificultades para redactar la conclusión eran las mismas que para consagrar a un ganador.

Alguien que confundía la voluntad con la realidad propuso someter las cuestiones a Votación. El aplauso de los demócratas saludó la propuesta y así una noche de verano se resolvió por 11 votos contra 4 que la capital de Suiza es Oslo. El aserto fue admitido también por los que perdieron, quienes juraron sostener hasta la muerte aquella conclusión por más que se quejarán suizos y noruegos.

Estas coincidencias no le gustaban al público, que las sentía como aflojadas. Las muchedumbres exigían un poco de encono y al no encontrarlo se fueron alejando de la calle Bogotá.
Para peor entró en escena la Comisión de Comedidos y Componedores, unos individuos que recorrían la barriada para meterse a separar en las broncas. Hartos de que los molieran a palos, trataron de evitar, ya que no las peleas callejeras, al menos las discusiones del Círculo. Para lograrlo apelaron al viejo cuento de la tesis, la antítesis y la síntesis.

La acción de estos pisaverdes precipitó la decadencia de las Mesas Redondas. El Círculo de Discutidores alcanzó a sobrevivir algún tiempo gracias a la venta de opiniones y argumentos. Como podrá suponerse, el surtido era enorme y la demanda también. Los mejores clientes fueron los actores, cantantes, bailarinas, recitadores y peluqueros de ésos que van a la televisión a hablar de aquello que ignoran.

Agotado su stock, el Círculo se cerró para siempre.

Contra lo que puede suponerse, los Hombres Sensibles de Flores tuvieron cierta simpatía por los Discutidores. Las polémicas enseñaban que existen razones perfectas para afirmar cualquier cosa, cierta o falsa. Y los muchachos del Ángel Gris pensaron que ésta era una gran lección. No para ellos, desde luego, sino para las gentes incautas. Los Hombres Sensibles supieron siempre que las verdades hay que buscarlas con el corazón. Por estas verdades del sentimiento vale la pena morir. Las otras son apenas fichas de un juego interesante.

Por ahí andan los hombres sin corazón diciendo que ninguna causa merece que uno muera por ella. Tienen razón en su mundo pequeño de teoremas. ¿Quién se hará degollar para defender el principio de Arquímedes?



Dejemos a los nuevos Discutidores que se diviertan con sus argumentos. No está mal para una tarde de lluvia. Pero recordemos siempre que fuera del salón está la vida con sus pasiones, sus héroes, sus canallas, sus mártires, sus puñales y sus muertes. Y el Destino no entiende razones. Buenas noches.

Del libro "Crónicas del Angel Gris" De Alejandro Dolina

viernes, 11 de diciembre de 2009

El caso Pomar


Vecinos nuestros, de Marmol. La Familia Pomar y su tragedia tuvo esta semana un descenlace que debió ser el originalmente investigado, pero al cual se llegó tras una larga lista de ineficiencias e ineptitudes difíciles de creer. Mucho fue lo que se escribió sobre este tema, destacamos la nota escrita por el periodista Martín Caparrós, la cual transcribo:

La Inepsia Pomar

El viernes pasado hablábamos de inepsia: de la culpable incapacidad que nos hemos acostumbrado a ejercer y tolerar. Y entonces este martes, por si quedaban dudas, la realidad decidió ofrecernos un ejemplo brutal: el misterio policial más resonante de los últimos tiempos se transformó de pronto en otra prueba de incompetencia extrema. Ya nadie ignora que el coche de la baqueteada familia apareció precisamente donde tenía que estar: volcado a un costado de la ruta por la que circulaba cuando desapareció. Parece un chiste –uno de esos muy malos, que un pesado se empeña en repetir a todas las visitas. Pero su gracia está en que no deja a nadie afuera: en que puso en evidencia tantas cosas.

A la prensa, para empezar por casa: nuestros medios se divirtieron durante tres semanas lanzando como información hipótesis y rumores sobre violencia familiar, narcotráfico, pasiones ocultas, parricidios varios, lo que los periodistas “investigaban” en los medios policiales y forenses a cargo del asunto. Cada vez más, nuestra prensa es un altoparlante para las versiones que quieren difundir los políticos, policías, empresarios, futbolistas y demás bataclanas: las famosas “fuentes”, que susurran al periodista lo que pretenden propagar –y que el periodista, falto de tiempo, quizá de ganas, quién sabe de pudor, tal vez de criterio, si acaso de dinero, suele reproducir y convertir en “información”. Así, nuestros medios terminan diciendo cualquier cosa. Lo sorprendente es que –inepsia mediante– tantos los leamos, miremos, escuchemos.

El chiste también expuso al gobierno bonaerense: la muerte Pomar nos permitió saber que el comandante Scioli había prometido, entre tantas otras cosas, reparar esa ruta provincial 31 que, parece, es un potrero; saber incluso que hace unos meses recibió del Banco Mundial un crédito de 50 millones para esos fines y que ni siquiera dibujó las obras. Pero no conseguimos sorprendernos; nos causa, digamos, la tristeza, el tedio de la comprobación de lo evidente. Y de otra evidencia repetida: que una de las pocas cosas que sí producen efectos en la Argentina actual son las muertes violentas. Por ellas se ha desatado el pánico a los chorros, por ellas se vuelve a hablar de la violencia policial en recitales y otros encuentros públicos, por ellas, ahora, es probable que la ruta 31 –o, digamos, algún tramo de la ruta 31– reciba el tratamiento que todas deberían. Si fuéramos un país serio deberíamos hacer como los antiguos cretenses: sortear cada ¿mes? a alguien –ellos buscaban vírgenes, pero no hay que ponerse quisquillosos– para entregarlo al monstruo y conseguir, gracias a esa muerte sacrificial, algo que realmente precisemos. Es, de todos modos, lo que hacemos, pero sin orden ni concierto; propongo que el mecanismo se organice y que el Estado se haga cargo: que perciba un impuesto, supervise el sorteo y mande los verdugos. Y decida quiénes van a cobrar el diego por sacarte del bolillero y a qué hora van a pasar el show por canal Siete para todos.

(No sería más que la aplicación de la más firme tradición católica apostólica en un país cuya constitución dice que la sostiene. Quizá sea por ella que acá sin muertes no conseguimos pensar nada. Me dijeron que los cristianos creen que hay alguien que murió torturado porque era la única forma de salvarlos de ciertos pecados; esto sería lo mismo pero sin cruz, que queda feo).

Así que –por ahora– las muertes Pomar probablemente sirvan, por lo menos, para que arreglen ese tramo de la ruta: es pobre, triste. Porque además es cierto que las muertes viales son las que menos valen, las que menos producen: como si formaran parte de la naturaleza, como si a eso también estuviéramos resignados. O como si nadie creyera que puede sacarles rédito político. En cualquier caso, contra ellas no se levantan los clamores que sí provocan los asaltos a tiros en la calle –y, sin embargo, el tránsito criminal mata cuatro veces más que los ladrones. A mí me parece mucho más detestable –y peligroso para sus congéneres– un nene de papá lanzado a 150 por la avenida porque se siente un vivo bárbaro, que un pobre turrito pobre que sale de caño para creerse que puede hacer algo en esta vida.

Las muertes de tránsito no son en absoluto inevitables: en muchos países las redujeron mucho; acá, tan poco. Porque son, otra vez, claro producto de la inepsia: la de los gobernantes que no proveen buena infraestructura ni controles serios pero, más, la de los ciudadanos: cantidad de gente que no sabe las reglas básicas –que no sabe por ejemplo quién tiene la prioridad de paso cuándo, que no sabe para qué sirven los cinturones, que no sabe manejar el coche que maneja– y, sobre todo, cantidad de gente que no sabe que no es inmortal: el grado más extremo y más idiota de la ignorancia.

Pero el chiste, por supuesto, ha colocado en la cima de la inepsia a la gloriosa Bonaerense. Si querían terminar de convencernos de lo que ya sabíamos no se les podía ocurrir mejor sketch: que centenares de policías –“efectivos” no parece la palabra indicada– no consigan encontrar un auto rojo en el lugar donde tenía que estar, al costado de la ruta donde se perdió, y que entonces se hayan pasado veinte días intoxicando a la población con todo tipo de versiones imposibles, es un logro extraordinario y despeja cualquier duda. No se les puede siquiera sospechar mala voluntad: les convenía encontrarlos rápido y simplemente no supieron, inepsia casi pura. Ésa es la policía a la que el comandante Scioli quiere entregar más armas para que “tiren a matar”.

Aunque sería simpático, tranquilizador si sólo fueran mayormente ineptos. El efecto más notorio del segurismo vigente consiste en hacernos olvidar que las policías argentinas son –salvo honrosísimas contadísimas excepciones– no sólo muy incapaces sino también, por tradición y vocación, muy peligrosas para todos. No sé si alguien lo hizo a propósito –yo desconfío, en principio, de las teorías conspirativas porque precisan cierta inteligencia– pero está claro que, gracias al segurismo, tantos ciudadanos que sabíamos que la policía era uno de los mayores peligros que podíamos enfrentar sentimos cierto raro alivio, ahora, a veces, cuando los vemos en la calle. Nos convencieron de que no hay mejor que el zorro para cuidar de nosotros gashinas.

Es un buen golpe sobre la opinión pública, la forma actual del gatopardismo de masas: cambiar la imagen sin cambiar más nada. Si algún gobierno quisiera mejorar de verdad la seguridad de sus ciudadanos tendría que empezar –empezar– por investigar en serio, veloz, ejecutivo, la enorme cantidad de denuncias judiciales y/o públicas sobre policías que mandan chicos a robar, que lucran con desarmaderos, prostíbulos y deliveries de merca, que extorsionan, que pagan por sus territorios –y tomar las medidas del caso. Pero claro, quién se atreve a ponerle el cascabel a esa bolsa de gatos celosos. Es la paradoja de los gobiernos argentinos: no pueden gobernar con ese poder paralelo que los desgasta cada día, no pueden gobernar sin apoyarse en ellos; saben que deberían rehacerlo de cabo a rabo, creen que no pueden.

Parece imposible. Pero nada parecía, hasta hace dos días, más imposible que encontrar a los Pomar en el lugar donde debían estar. Lo bueno del país de la inepsia es que, de puro ineptos, lo imposible sucede todo el tiempo.


sábado, 5 de diciembre de 2009

El patriota de los indios

Juan José Castelli fue Vocal de la Primera Junta de Gobierno surgida en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810. Para entonces, ya no era un desconocido en la apartada aldea que se incorporaba en febriles jornadas, a la caudalosa corriente de la historia mundial. En las postrimerías del régimen virreinal, quien se consagrará como el orador de la Revolución, ya se destacaba como un hábil abogado porteño tenido en cuenta por la élite criolla del Puerto. Comprometido con las vicisitudes que acompañan, en el Río de la Plata, al desmoronamiento del imperio español en América,

Castelli será protagonista de sonados episodios. Así ocurre cuando por orden del Virrey Liniers, fue arrestado en Montevideo el médico inglés Diego Paroissen con papeles comprometedores pertenecientes a Saturnino Rodríguez Peña, en los que este urgía la coronación de la infanta Carlota Joaquina. En esas circunstancias, Castelli asumió la defensa de Paroissen y otros implicados. Todavía no había aparecido signo alguno de su enfermedad.

El joven abogado había adherido a la corriente carlotista y fue uno de los firmantes de la memoria redactada por su primo, Manuel Belgrano, reivindicando los derechos de la Infanta al trono de Buenos Aires. La infanta era hermana de Fernando VII y esposa del regente de Portugal, país este último muy sometido la influencia de Inglaterra. En cierto momento , la infanta reclamó para sí los derechos vacantes de la monarquía española y logró el apoyo, bien que fugaz y a todas luces ingenuo de algunos de los partícipes en el proceso que se iniciaba de la Revolución y la Independencia.

La importancia del incidente es doble. Por un lado es demostrativo del impacto que la cambiante situación europea de principios del siglo XIX iba teniendo sobre los círculos ilustrados de criollos que en la capital virreinal veían acercarse la hora de grandes decisiones. Por otra parte, se considera el escrito de Castelli, presentado en defensa de los procesados, como el basamento jurídico más importante del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. En esa defensa, Castelli desarrolla la argumentación, que se expondrá más tarde en el célebre Cabildo, sobre el derecho de los pueblos americanos a reasumir su soberanía, como consecuencia de la caída de Fernando VII como prisionero de Napoleón.

Una azarosa biografía

Juan José Antonio Castelli nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. Fue hijo de un protomédico veneciano, Angel Castelli Salomón y de una criolla, María Josefa Villarino y González de Islas. Comenzó sus estudios en el Real Colegio Convictorio de San Carlos y los prosiguió en Córdoba , en el Colegio de Monserrat. Decidido a seguir la carrera de Derecho, fue a la Universidad de Chuquisaca, en el Alto Perú, y obtuvo la licenciatura en 1788. Vuelto a Buenos Aires abrió un estudio. Poco después, en 1796, a instancia de su primo Belgrano, fue nombrado secretario interino del Consulado de Comercio y , tres años más tarde, designado Regidor del Cabildo.

Estaba casado con María Rosa Lynch, con quien tuvo seis hijos. En 1801 fue cofundador de la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, escribiendo en el Semanario de Agricultura y en el Telegráfo Mercantil. A partir de los hechos del 25 de Mayo de 1810, aparece decididamente enrolado en el partido morenista, . Su pertenencia a esa corriente quedó ratificada en su actuación como vocal de la Junta de Mayo, y en su apoyo incondicional a las medidas propuestas por el Secretario de la Junta, Mariano Moreno, al punto de convertirse en el ejecutor fiel de las directivas más draconianas emanadas de aquél, tales como el fusilamiento de Liniers y sus seguidores en Córdoba y de las autoridades mlitares y civiles de Potosí en la campaña del Alto Perú.

Con el fusilamiento de Liniers, que daría lugar a severas diferencias y cuestionamientos políticos en las filas de los patriotas, se procuró cortar de raíz las tentativas de la contrarrevolución por volver a levantar cabeza, asegurando el control revolucionario sobre las intendencias de Córdoba y Salta, dejando expedito el camino al Alto Perú. En éste se concentraba una poderosa fuerza realista al mando del general Goyeneche.

Rumbo al Alto Perú

Designado representante de la Junta en el Ejército Expedicionario al Alto Perú, comandado por Antonio González Balcarce, Castelli alcanzó durante el desarrollo de esta campaña militar los ribetes más destacados de su actuación revolucionaria. Después de un breve encontronazo desfavorable en Cotagaita, el ejército patriota alcanza su primer y gran victoria en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810.

Conforme a las directivas recibidas de la Junta de Buenos Aires, y ratifi cadas en esa oportunidad, Castelli ordenó el fusilamiento de los jefes españoles: mariscal Vicente Nieto, capitán de fragata José de Cordova y Rojas y don Francisco de Paula Sanz, gobernador de Potosí. En pocas semanas toda la región minera de Potosí estaba en manos de los patriotas.

En su calidad de representante de la Junta, Castelli, que con frecuencia chocaba en materia de opiniones e ideas con el segundo jefe del Ejército Expedicionario, coronel Juan José Viamonte, demostró una vez más ser poseedor de una inquebrantable determinación. Encaró, con mano férrea, importantes reformas administrativas: reorganización de la Casa de Moneda de Potosí, reforma de la Universidad de Charcas y la propuesta de conceder a los indios el derecho al voto.

Estas medidas revolucionarias y los encendidos discursos de Castelli en cada pueblo y aldea a que arribaba el ejército patriota, convocando, a la indiada a sumarse a la Revolución, le granjearon la hostilidad de los hacendados y popietarios mineros altoperuanos, legendarios explotadores de la masa indígena.

Las proclamas y apelaciones de Castelli estaban lejos de limitarse a la retórica. Desde las gradas de Kalassassaya, en el Tiahuanaco, proclamó, por instruccciones de la Primera Junta, la libertad del indio, desbaratando el poder de mineros y encomenderos.

Es muy probable que, ya para entonces, los primeros síntomas de una tumoración en la lengua empezaran a manifestarse, estimándose como probable punto de partida del proceso maligno que insidiosamente se desarrollaba, la quemadura accidental con un cigarro de los que era inveterado fumador.

A todo esto, la tregua acordada entre el jefe español Goyeneche y Castelli, después de la batalla de Suipacha, no fue respetada por el militar realista, quien, con fuerzas superiores y mejor equipadas asaltó por sorpresa el campamento patriota en Huaqui el 20 de junio de 1811, infligiendo a las fuerzas revolucionarias una dura derrota que las obligó a replegarse, volviendo el Alto Perú a manos del ejército realista.

La enfermedad y el amargo repliegue

Todo sería entonces, para Castelli, amargura y decepción. El jacobino nacionalista, el patriota emancipador de indios y esclavos, el tribuno de Mayo, el gran orador, deberá enfrentar los progresos acelerados del cáncer de lengua, ya identificado por los médicos que lo asisten. Simultáneamente, las autoridades porteñas, atrapadas por los intereses localistas que veían con hostilidad la proyección de la Revolución más allá del Puerto y su reducido hinterland, aprovechan la oportunidad. Hacen responsable a Castelli del desastre de Huaqui, por lo que es separado de su cargo y desterrado. En diciembre de 1811 se le inició sumario, siendo su juez un tío de Mariano Moreno, el Doctor Tomás Antonio Valle. Daban comienzo los sinsabores del Proceso de Desaguadero.

El proceso a Castelli fue prolongado. Los jueces no llegaron a pronunciarse. Murió antes, derrotado por el cáncer de lengua, el 12 de octubre de 1812.